Quiero los besos que nunca te daré, las caricias que
se opacan con el tiempo y las sonrisas que desaparecen de tu mente. Yo sé que
no recordarás esos días de otoño cuando mirábamos las hojas caer mientras estábamos
acostados en el pasto frío, pero con tu mano cálida sobre la mía.
Cuando mis manos se enfriaban por el paso del
invierno, tu las soplabas entre las tuyas y las calentabas o me dabas tus
guantes así te estuvieras muriendo de frío.
Cuando paseábamos buscando regalos para nuestros
familiares y secretamente comprabas para mí y yo secretamente elegía para ti
una linda camisa que después se convertiría en mi favorita puesta sobre ti.
Cuando me entró ese ataque de pánico en el subterráneo
por la cantidad de gente, trataste de agarrarme pero mi cuerpo te rechazo y aun
así te quedaste allí para mí, me cogiste de la mano y dijiste que todo estaría
bien. La primera vez que me sentí protegida.
Y cuando llegó el día en que te informé que íbamos a
ser padres y lloraste como un pequeño bebe acurrucado en mi vientre, tratando
de escuchar eso que todavía no estaba completamente formado.
Pensar que pasé esos nueve meses preocupada por tu
actitud, ya que eras padre primerizo y no sabías que hacer, no me tocabas
porque pensabas que me podías lastimar y a tu hijo también.
Cuando el día llegó, estabas envuelto en sudor,
llorando porque era el fruto de nuestro cariño. Tu lo único que podías hacer
era esperar hasta que por fin llegó. Tu hijo, nuestro hijo, era lo más hermoso
del mundo y por fin sentí que sería la mejor madre y tú el mejor padre.
Todo esto se convirtió en cenizas malhumoradas del
cigarro que tuve que apagar…
Esta historia puede continuar… o ¿no?